27 de Abril, 2025
Corría el año 2017 cuando durante un viaje con amigos del intercambio sucedió algo épico. Tras emprender un viaje a algunos países de Europa, nos encontrábamos en Mónaco cuando de pronto, en uno de esos momentos que se vuelven míticos, un señor de unos 65 años corría por la costa de la riviera francesa, específicamente en el Principado monegasco.
El hombre, ya canoso, con shorts azules y sin camiseta, era Sir Philip Green, entonces propietario de Arcadia Group, un holding de marcas de moda alrededor de Europa. A solo 100 metros de distancia se encontraba el Lionheart, yate del Sr. Green.
Tras el encuentro con Green, asombrado, le solicité una foto para inmortalizar el memorable momento, misma que me negó ante mi decepción. Sin entender la negativa de una foto solicitada amablemente, después comprendí que Mónaco es un lugar donde los acaudalados residen precisamente para estar lejos de reflectores y de posibles fanáticos, como yo en aquel momento.
Más tarde, tras investigar un poco sobre el empresario, descubrí que también pudo haber negado la foto por otros temas, ya que su grupo empresarial se enfrentaba con diversos problemas financieros y con varias huelgas de parte de los empleados de TopMan, una de las marcas del hombre de negocios. Sin ser suficiente, Philip Green era perseguido por problemas fiscales, lo cual posiblemente explicaba su residencia en Mónaco, al ser uno de los paraísos fiscales preferidos por los empresarios en todo el mundo.
Aquel momento icónico era el epítome de aquel hombre que desde afuera es exitoso, y desde adentro vive una pesadilla. Un hombre con la etiqueta de “billionaire”, en Costa Azul, a solo 100 metros de su Yate de 90 metros de eslora, valuado en más de 150 millones de dólares.
Un hombre rico materialmente, con un alma intranquila, y una falsa libertad.
Toda mi vida, hasta el momento en que escribo esto a mis 30 años, había desarrollado un sentimiento de escasez en mi vida. Absolutamente todas las decisiones que tomaba en mi vida eran desde un lugar de escasez, escasez emocional, financiera, social, y espiritual.
Tras algunos eventos traumáticos en mi infancia, desarrollé una identidad en la que mi valor como persona era sostenido por elementos extrínsecos a mí. Mi valor como persona venía de la cantidad de dinero que podía generar, de la belleza externa de las personas con quien me relacionaba, de logros materiales y superficiales.
Y es que cuando todo va bien, no despiertas de aquella falsa identidad donde el valor de una persona viene de lo externo; pero, que pasaba cuando no tenía ‘éxito’?
Si mi identidad venía de mis logros, quién era yo cuando fracasaba? Si mi valía venía del dinero que generaba, cuanto valía como persona en esos momentos donde financieramente estaba derrumbado?
La vida es extraordinaria, pero puede ser muy maldita, porque generalmente nos ataca en momentos de mayor vulnerabilidad, sin permitirnos la oportunidad de demostrarnos vulnerables.
Esta identidad, que claramente contaba con defectos de carácter, me hizo admirar a gente como Sir Philip Green, y me impulsó a querer convertirme en uno de ellos. Mi ambición era desmedida pero mis acciones no estaban ni siquiera alineadas a los objetivos que me planteaba.
No logré disfrutar muchos momentos de verdadera abundancia en mi vida por la mentalidad de escasez que, esa sí, abundaba en mi mente.
Bien dijo Heráclito que “ningún hombre cruza el mismo río dos veces”.
Hace unos días, ocho años después de aquel encuentro con Green, también en el paraíso monegasco, digno de película de fantasía, me encontraba con mis padres en un viaje que hice tras estar tres meses en Madrid.
Fue ahí donde descubrí la verdadera riqueza.
Descubrí que la verdadera riqueza tiene muchas facetas y algunas son más valiosas que otras. Después de ocho años años ya no se encontraba el Yate del Sr. Green, y su fortuna había caído más de 80%.
Ocho años después ya tampoco estaba, o al menos se había reducido, la identidad de escasez que desarrollé durante tantos años de mi vida.
Ocho años después la vida me dio la oportunidad de conectar los puntos. Estar en Mónaco con mis padres me hizo darme cuenta que estar con ellos era la verdadera riqueza en ese momento. Poder disfrutarlos sin ninguna presión, sin ningún objetivo, sin mucho lujo propio pero con mucha abundancia en el corazón.
Me di cuenta, tras tomarme una foto con ellos, que aunque a lo lejos se observaban los Yates de cientos de millones de dólares, mi riqueza era poder estar con ellos.
Hoy, mi abundancia viene de quién soy desde adentro, de actuar conforme a mis principios, de ser buen hijo, buen hermano, buen primo y buen amigo. De ser buen padre, incluso antes de tener hijos. De entender que todo lo que hago determina el respeto propio. Mi abundancia viene de lo realmente valioso en mi vida, mis amigos, mi familia, las personas, y aquellos momentos que ningún “billionaire” podría comprar.